25/7/16
18/7/16
INFINITY XTREME - VIII EDICIÓN
Esta entrada va dedicada a cuatro jabatos, pero especialmente a Laura que, en un ímprobo afán de superación, y siempre con el apoyo incondicional de Iván, su pareja, logró finalizar la prueba de 10 kms. obstáculos (dos vueltas al circuito) de la presente edición, cuando era el primera vez en su vida que participaba en un evento deportivo de tal magnitud.
A mí, que solo fui espectador de la carrera, celebrada el pasado sábado en el municipio del Puerto de la Cruz, me pareció una prueba de excesiva dureza, amén del tremendo calor que hubieron de soportar, ya que, a las cinco de la tarde caía el peso del sol con toda su justicia, pues la típica "panza de burro"* que suele cubrir el valle de La Orotava, estaba desaparecida en combate.
Recorrido Infinity Xtreme 2016
La polvareda que se levantó en el momento de la salida, unida a la "calufa" reinante, hizo casi irrespirable el aire, tanto para los participantes como para el público asistente, pero allá que fueron, rampa arriba, para luego descender por el cauce del barranco hacia Playa Jardín, y vuelta a subir por el mismo, ascendiendo por entre los hoteles hasta la cota máxima situada bajo el centro de salud, para después bajar, terraza tras terraza, hasta llegar a los obstáculos.
Seguía desde lejos, con suma atención, los avatares en el campo de obstáculos, cuando observé que Laura resbalaba y caía desde lo alto de una estructura de tubos metálicos, dándose un buen golpe, aunque por fortuna quedó a mitad de camino sin llegar a impactar contra el suelo. La vi dolerse y pensé que abandonaría en ese instante, pero ayudada por Iván, siguió adelante.
No sé yo si quiénes diseñan estos circuitos, en concreto el campo de obstáculos, los prueban o no, pero algunas estructuras me parecieron poco seguras e innecesariamente peligrosas, máxime cuando los participantes llegan exhaustos y cubiertos de barro, lo que dificulta el agarre, sobre todo a la hora de cogerse a los tubos y de trepar a los contenedores (2 metros de alto, no lo olviden) con las manos mojadas. También tuve la oportunidad de contemplar cómo había determinadas piezas de madera que se desclavaban.
Una puntualización: ¿No sería más lógico que los obstáculos se pasaran al principio de la prueba, cuando las fuerzas aún se conservan intactas para evitar así posible accidentes? Lo digo porque pude observar cómo a muchos-as les costaba una barbaridad superarlos, a riesgo de su integridad física, aunque la mayoría de la veces hubiera alguien dispuesto a ayudarlos.
Aunque siempre habrá incidentes, ¿saben ustedes la de contusiones, arañazos y torceduras de tobillos y muñecas que se podrían obviar? Porque me asombró, una vez duchados y desechos de la capa de barro que los cubría, ver la cantidad de morados y todo tipo de erosiones que, principalmente en las piernas, sufrieron muchos de los partícipes.
Llamó poderosamente mi atención qué, por contra de la carrera anterior de 5 kms., donde las féminas eran mayoría, en ésta de los 10 kms., en la que el número de participantes masculinos las superaba con creces, casi todas ellas lograran finalizar, lo que da una idea de la inmensa capacidad de sacrificio que tienen las mujeres. Sólo me resta decir:
¡Chapeau!
(*) Panza de burro.- Es
una expresión típicamente canaria (muy propia de la isla de Tenerife)
que se utiliza también para denominar a un
fenómeno meteorológico característico del norte de casi todas las Islas
Canarias e incluso de la costa centro-occidental de Sudamérica (Costa
del Perú y costa
norte de Chile), consistente en una acumulación de nubes de baja altura
que
actúa como pantalla solar, provocando una sensación térmica de
refresco.
Miguel Ángel G. Yanes
Miguel Ángel G. Yanes
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VIII edición
14/7/16
CONSEJO DE UN VIEJO MOTERO
Ayer, sentado frente a una tienda de confección, representando mi papel
de convidado de piedra, como siempre, mientras mi mujer hurgaba entre
los trapos, aparcó junto a mí una joven motera de apenas 18 ó 19 años.
Venía a lomos de una KTM de 125 c.c. con el típico color naranja
mandarina de la marca austriaca.
Cuando se despojó del casco y amarró convenientemente la máquina a una farola, me dirigí a ella dicíendole:
- Joven: aceptarías un consejo de un viejo motero.
Ella, muy agradale (todo hay que decirlo) me respondió:
- No faltaba más. Un consejo siempre se agradece.
- Mira: entiendo que eres joven y estás en edad de lucir tu cuerpo, pero conducir una moto con esa indumentaria que llevas (mini short, camiseta de asillas y cholas playeras) es un verdadero disparate. Nunca te has caído ¿verdad?.
- No
- Pues tarde o temprano lo harás, porque todo el que monta en estas "bichas" termina por caerse. Y el que diga que no, miente como un bellaco. Es mas, los buenos leñazos se producen cuando ya la dominas y te llevas de la confianza. Por eso, este viejo motero te aconseja que uses siempre ropa adecuada que te projeta la piel, porque...
Miguel Ángel G. Yanes
Cuando se despojó del casco y amarró convenientemente la máquina a una farola, me dirigí a ella dicíendole:
- Joven: aceptarías un consejo de un viejo motero.
Ella, muy agradale (todo hay que decirlo) me respondió:
- No faltaba más. Un consejo siempre se agradece.
- Mira: entiendo que eres joven y estás en edad de lucir tu cuerpo, pero conducir una moto con esa indumentaria que llevas (mini short, camiseta de asillas y cholas playeras) es un verdadero disparate. Nunca te has caído ¿verdad?.
- No
- Pues tarde o temprano lo harás, porque todo el que monta en estas "bichas" termina por caerse. Y el que diga que no, miente como un bellaco. Es mas, los buenos leñazos se producen cuando ya la dominas y te llevas de la confianza. Por eso, este viejo motero te aconseja que uses siempre ropa adecuada que te projeta la piel, porque...
el asfalto raspa como papel de lija.
Doy fé de ello.
Miguel Ángel G. Yanes
7/7/16
LA CIUDAD Y EL LUCERO (POEMA)
Descorro con
sigilo
La cortina que
oculta
La ciudad. Observo,
Límpido, el
cielo bruno.
Tiene un
planeta ardiente
En pleno
cénit. Lo sé
Porque tan
solo brilla…
“Brilla
y no titila”.
Parece
repetirme,
-para
diferenciarlo
de una posible
estrella-
La voz de
fumador
De Don Juan,
mi maestro,
Al que los
muchos años
No quieren jubilar
Aún de esta
memoria
Que considero
mía.
Brilla como un
diamante
Cósmico
engarzado
Sobre una mano
oscura.
Pugno por
abrir
La cristalera.
Corre
A trompicones
leves
Por su carril
y accedo
A la fresca
humedad
De la mañana.
El día,
Somnoliento,
parece
No querer
despertarse.
Es muy
temprano aún.
En la acera de
enfrente
Los edificios
siguen
Con los ojos
cerrados.
El aire se
estremece
Justo cuando
los duendes
De los escasos
árboles,
Cansados de la
noche,
Se ocultan en
sus hojas
Para poder
dormir.
Y entonces un
efluvio,
Un olor acre,
intenso
A levadura
llega
De una
industria cercana
Donde alguien
ya labora.
Y una estela
aparece
Blanca y
larga, expelida
Por la cola-turbina
De un avión
diminuto
Que corta el
alba en dos.
Como recién nacido
Del vientre de
la nada,
Un primer ciudadano,
Verde y
naranja, arranca
Plásticas papeleras
De sus
soportes, luego
Las agita con
brío,
Vuelca su
contenido
En grandes
cubos
Y las vuelve a
colgar.
Después barre
la calle,
Húmeda de
rocío,
Con su hoja de
palma.
El más
madrugador
De entre todos
los perros,
Ronco en
extremo ladra
Con rotunda
insistencia.
Pero es tan
sumamente
Temprano y
cala tanto
En la garganta
el frío,
Que ningún
otro puede
Hacerle coro y
callan
Ante aquel
solitario
Concierto de
afonía.
En verano, a
estas horas,
Lo lógico
sería
Un largo contrapunto
De ladridos,
un eco
Al que, in crescendo, nadie,
Por muy
autoritario
Que sonara el
mandato,
Poner freno
podría,
Ni aunque en
lenguaje
Canino lo
dijera.
Sopla el
viento del norte;
Los obliga a
enroscarse,
A ocultar el
hocico
Bajo la cola y
dar
Un ligero
gruñido
De descontento
que
Parece repetir
La voz del
amo,
Ahogada bajo el
peso
Leve de la
almohada:
“Ese
maldito perro”...
E intenta
regresar
A la sima del
sueño.
Pero no puede
hacerlo.
El
impertinente
Despertador se
suma
A la
desafinada
Orquesta de
instrumentos
Helados que
despiertan
A la ciudad llamando,
Sin tino y sin
medida,
A la gran
multitud
De convictos
durmientes.
Y sin embargo,
libre,
Un silencioso
pájaro
Cruza, negro y
veloz,
La intensidad
del alba.
Desconsolada
pía
Un ave de
presa, ídem
En una jaula
exigua
Donde una mano
de hombre
La condenó a
la angustia
De no poder
volar.
Este cielo sin
nubes,
Que quiere ser
azul
Le pese a
quien le pese,
Sin ningún
tipo de
Remordimiento
deja,
Solitaria tras
él,
Desnuda y
sola, herida
En su amor
propio, rota,
La densa
oscuridad
Que le ofreció
su lecho.
Fugaz cede la
magia,
Y los encantos
múltiples
De la noche se
esfuman
Ante el
intenso brillo
Del nuevo
amanecer que,
Diáfano y
transparente,
Ilumina las
formas
Perladas
todavía.
Y las seca,
una a una,
Intentando con
ello
Apartar el
recuerdo
De la tibia muchacha
Que, tatuada de
estrellas,
Abandonó en las
negras
Arenas de un
desierto,
Donde la soledad
Eternamente
espera.
Sintiéndose
culpable,
Va
transmutando el mundo
Su hegemónica
luz.
Se dispara una
alarma.
Rugen motores;
se oye
Un rodar de
neumáticos
Sobre el húmedo
asfalto.
Suenan rotundas
Las puertas de
las casas
Al cerrarse de
golpe
Y enrollables
persianas
Ruidosas al
alzarse.
Un ejército
emerge:
Son ciudadanos
serios,
Sin uniformes,
ni armas,
Prestos a la diaria
Batalla por
la vida.
En la mirada
llevan
Confusos
sueños viejos,
Tristezas, paz,
anhelos,
Amores,
desamores,
Angustias, desconsuelos…
Con la sombra
de un beso
Fugaz en la
mejilla,
Parten hacia
el trabajo.
Miguel Ángel G. Yanes
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